domingo, 19 de enero de 2014

Tom Dillehay: LOS VALLES DE PURÉN-LUMACO Y LIUCURA, CHILE Parte 1

Tom D. Dillehay
José Saavedra Zapata


Durante los últimos 35 años hemos llevado a cabo investigaciones arqueológicas,  etnográficas y etnohistórica primariamente en las comunas de Lumaco y Purén, en el valle del mismo nombre, en la IX Región y secundariamente en la comuna de Pucón, en el valle de Liucura, en la X Región de la Araucanía, en Chile. 



Estas se han centrado  fundamentalmente en cinco temas:  (1) la creación y desarrollo histórico de los montículos mapuches conocidos con el nombre de «kuel» entre los siglos X y X, y el   inicio del desarrollo de la complejidad social en el área de estudio;  (2) la forma en que los dirigentes de los grandes linajes patrilineales fueron reorganizando y creando nuevas instituciones tradicionales con la táctica de contratación e incorporación de linajes fragmentados en sus propios grupos a través de ceremonias y festejos en los que se anexaba grupos vecinos con la finalidad de ampliar su base de poder político y militar;  (3) los símbolos culturales del paisaje araucano, el significado de los monumentos y el los rituales ceremoniales, así como la función sacerdotal de los chamanes como mediadores entre los mundos espirituales y de vida en los últimos tiempos; (4) el modo en que la identidad y el poder de los araucanos se ampliaron mediante la incorporación de elementos de el modelo andino-inca con su autoridad de Estado y poder de organización; y  (5) la manera en que se la política identitaria de los araucanos (veáse Dillehay 2007) conformaron un territorío de resistencia ante poblaciones foráneas. El estudio de estos temas ha combinado el resultado de las excavaciones arqueológicas y los estudios etnohistóricos y etnográficos realizados en los valles de Lumaco, Purén y Liucura. 

El valle de Lumaco y Purén contiene más de 300 montículos (Fig. 3). Algunos de ellos son grandes complejos que comprenden amplias vistas de pantános y se asocian a una extensa  gama de sitios locales, sistemas agrícolas y, en ocasiones, cimas defensivas en cerros aledaños. 



Constituyen el primer hallazgo de complejos de montículos en los Andes del Sur y el único lugar de La Araucanía (poblaciones que viven al sur del territorío araucano entre los ríos Bío-Bío y San Pedro o Calle Calle), relacionada con estas expresiones monumentales, donde aún se practican sus rituales asociados. En este sentido, Lumaco y Purén constituye un grande y extenso valle sagrado, excepcional en su valor antropológico, y una oportunidad única para estudiar la creación y desarrollo de una sociedad compleja de montículos y su continuidad en el tiempo (Dillehay 2007). 

Esta monografía es el segundo trabajo de una serie sobre la arqueología, etnohistoria y etnografía de los montículos de tierra y otros rasgos culturales en el valle de Lumaco y Purén. En ella  se presentan datos arqueológicos descriptivos de nuestras primeras visitas al valle, que se llevaron a cabo en diferentes momentos entre los años 1978 y 1990, y de modo más sistemático ntre los años 1995 y 2005. Cada sitio arqueológico se describe junto con su cronología y filiación cultural. Además, se incluyen fotografías y mapas de los sitios más grandes e importantes, entre los que aparecen «kuel», terrazas agrícolas y canales. También, más como un apendice, se presenta los resultados de reconocimiento arqueológico sistematico en el valle de Liucura (véase Fig. 35), en la zona de Pucón, realizado en el año 1995. 

Los montículos de tierra (kuel en lengua nativa mapuche) son percibidos por las personas y sus parientes, que viven y participan de ceremonias públicas y pueden conversar con machis-chamanes sobre el bienestar y el futuro de la comunidad, y, por lo tanto, tienen gran influencia sobre las personas (Dillehay 1985, 2001 y 2007). Los sitios arqueológicos más antiguos con expresiones kuel se asocian al aumento de las dinastías tardías de linajes patrilineales prehispánicos, que rápidamente se convirtieron en la base de la primera historia, el primer «Estado» o la primera política araucanos, tal como lo refieren los primeros españoles asentados en la región de Purén y Lumaco. 



Esta política ha resistido con éxito la intrusión europea y lo ha hecho más que cualquier otra sociedad indígena en la historia americana. Los araucanos no fueron conquistados e influenciados por los españoles como lo fueron otros grupos de nativos de América del Sur. Al contrarío, luego de sus esporádicos contactos en la segunda mitad del siglo xvi, derrotaron a los españoles y los expulsaron de su territorío por casi 300 años, entre fines del 1500 y finales del 1800. En este proceso, los araucanos establecieron una frontera militar formal y un territorío soberano, reconocido por la Corona española. Esta frontera se mantendría invencible hasta la derrota que les causara el ejército chileno a fines del siglo xix. En la actualidad, una de las primeras y más fuertes resistencias políticas a lo de largo de la frontera se encuentra en el valle de Lumaco y Purén, donde se encuentra la más antigua y elaborada cultura de montículos. Su presencia refleja el relativamente alto grado de complejidad social y poder político existente en el valle durante el período bajo estudio.  

Decimos sociedad compleja porque, a fines de la época prehispánica y al interíor del área de estudio, se establecieron varíos «niveles de jefaturas» y comunidades constructoras de montículos, inicialmente pequeños aunque también los hubo grandes. El papel que tuvieron estos montículos de tierra y otros monumentos en la formación de la sociedad araucana se debe a su relación con el poder político y las diversas formas tradicionales de liderazgo y autoridad, acción y poder: la identidad y la memoria, el paisaje y la ceremonia sagrada, la institucionalización del espiritualismo y la curación chamánica, las normas intergrupales de compatríotismo, las guerras de baja intensidad, la nucleación de los asentamientos y la agricultura intensiva. 

Durante de largo tiempo, los arqueólogos han considerado que los monumentos representan una conspicua señalización de territorialidad y constituyen un registro de las relaciones sociales en el pasado. Así mismo, han reconocido muchos patrones de la disposición de montículos, menhires, túmulos y otras edificaciones, y han propuesto diferentes funciones y significados para explicar su recurrencia en el tiempo y en el espacio. En el ámbito mundial, los arqueólogos le han atribuido, a este tipo de edificaciones, un papel importante en el desarrollo temprano de la complejidad social y política de los monumentos públicos y, sobre todo, de los centros ceremoniales (Grove 1981, Milner 2004 y Pauketat 2004). A pesar de ser muy variados en sus formas y dimensiones, así como en la gama de actividades asociadas a ellos, estos centros representan la focalización arquitectónica de prácticas e interacciones comunales a través de las cuales se producen y reproducen las estructuras de autoridad y estratificación social. Varíos de estos lugares de integración social se han identificado como monumentos públicos, que suponen funciones como la regulación de la competencia ritual de la fiesta de los retenedores, la manipulación de símbolos religiosos y exóticos, la elaboración de nuevas técnicas de producción, la facilitación del comercio e intercambio de productos exóticos, así como la proliferación de otros no asociados a estas interacciones (Brumfiel 1987, Clark y Blake 1994, Helms 1979 y Stanish 2003, entre otros). Los primeros monumentos también fueron vistos como nodos regionales de la intensa interacción que supone la construcción e intervención de mayores y más amplios paisajes ideacionales y políticos (por ejemplo, Bradley 1998 y Lane 2001). Los montículos araucanos no son diferentes de otros monumentos indígenas presentes en todo el mundo: ellos también son monumentos públicos que revelan un cierto nivel de complejidad social y el significado e importancia de la estructura política y la religión. 

También es necesarío destacar la forma y el significado que conlleva la arquitectura monumental de varias sociedades formativas de América del Sur. Aunque variadas a lo de largo  del continente, las formas generales de estas construcciones van desde pequeños montículos de tierra y recintos rituales de piedra que datan de entre los 7000 y los 600 a. C. en los Andes y la región oriental de las tierras bajas tropicales de la Amazonía hasta las grandes estructuras ceremoniales en forma de U que datan de entre los 4500 y los 500 a. C. en el Perú. En esta escala, las zonas costeras y altas de Perú, el sur de Ecuador y noreste de Bolivia exhiben los más grandes y también los más tempranos monumentos (Burger 1992). 

Hace 4000 años, algunos centros monumentales ceremoniales de la costa norte de Perú albergaban poblaciones permanentes, mientras que otros servían, probablemente, como centros de peregrinaje. Patrones similares, pero más tardíos, se observan en el centro-sur de los Andes de Bolivia, en el norte de Chile y y en el noroeste de Argentina. En las tierras bajas del sureste de Brasil y el norte de Uruguay, se encuentran las primeras sociedades constructoras de montículos. Estas se caracterizan por un estilo de vida de aldea y han sido datadas con una antigüedad de 4000 años. Independientemente de su tiempo, lugar y forma, la mayoría de los arqueólogos ve, en los monumentos del formativo, construcciones en el paisaje asociadas a la autonomía territorial, a agrupaciones organizadas ya como sociedades jerarquizadas (Janusek 2004 y Stanish 2003), a múltiples comunidades políticamente estratificadas, a políticas de competencia entre pares o a incipientes Estados (cf. Haas y Creamer 2006). 

Como se analiza en anteríores artículos (Dillehay 1985, 2001 y 2007), la construcción de montículos araucanos se cree que representa una manifestación tardía y local en el centro-sur de Chile de una manifestación andina y amazónica más amplia de construcción y desarrollo de montículos. 







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