El estudio comparativo de las luchas de los indígenas americanos contra España, demuestra que los mapuches fueron los que mayor resistencia opusieron a los conquistadores. La lucha de otros pueblos, como los quechuas del Perú, que mantuvieron los restos del Estado inca hasta 1572 en Vilcabamba, la de los chichimecas en México o la de los indígenas del litoral argentino, no fue tan larga y cruenta para los conquistadores. En cambio, los mapuches resistieron durante tres siglos, -en una de las guerras más largas de la historia universal- infligiendo a los invasores bajas que fluctuaron entre veinticinco y cincuenta mil soldados. Según carta de Jorge Eguía y Lumbe al rey en 1664, "hasta entonces habían muerto en la guerra 29.000 españoles y más de 60.000 auxiliares". El cronista Rosales afirma que entre 1603 y 1674 murieron más de 42.000 españoles y se gastaron 37 millones de pesos en la guerra contra los indios. Un gobernador dijo que "la guerra de Arauco cuesta más que toda la conquista de América".
Las pérdidas españolas en regiones incomparablemente más ricas, como México y Perú, fueron relativamente escasas. Felipe II, a fines del siglo XVI, se quejaba porque la más pobre de sus colonias americanas le consumía la "flor de sus guzmanes". En la península ibérica, Chile era conocido como "el cementerio de los españoles".
La gesta araucana ha sido exaltada líricamente por diversos autores, pero ninguno de ellos ha intentado hacer una caracterización profunda de la guerra de los indígenas chilenos. La prolongada resistencia a los españoles se debió no sólo al genio militar de los jefes araucanos, sino fundamentalmente al apoyo activo de toda la población indígena. Los araucanos no tuvieron desertores que colaboraran con los españoles, como ocurrió en la mayoría de los pueblos americanos. La guerra de Arauco fue una guerra total, en la que participó masivamente la población; una guerra popular insuflada durante tres siglos por el profundo odio libertario del indígena al conquistador.
Desde el punto de vista del invasor, la empresa española es una guerra de conquista, pero esa definición no basta para caracterizar el conjunto del proceso. Hay que precisar también el significado de la guerra desde el ángulo de la resistencia indígena.
En América precolombina no existía el concepto moderno de Nación. Es efectivo que los araucanos no defendían una Nación inexistente. Pero su prolongada resistencia indica que luchaban por conservar algo muy preciado para ellos. Ese motor que impulsó la resistencia araucana fue la tierra, la tribu, las costumbres y el derecho a vivir libremente en clanes. Los famosos versos de Alonso de Ercilla, según los cuales la gente araucana “no ha sido por Rey jamás regida ni a extranjero dominio sometida", no constituían una mera declaración lírica. Reflejaban una gran verdad: los araucanos oprimidos por otros pueblos, no habían sido acostumbrados a obedecer a ningún amo y jamás pagaron tributos. La tierra pertenecía a la comunidad. Antes de la conquista española, no existían castas ni clases sociales. Después, las necesidades de la guerra produjeron importantes cambios. Los clanes perdieron gradualmente su autonomía, subordinándose a las tribus confederadas; se crearon los Vutanrnapu. El cargo de toqui, elegido al comienzo por los caciques confederados, se convirtió luego en hereditario. No obstante, las diferencias generadas por la guerra contra los españoles no alcanzaron a cristalizarse en contradicciones sociales ni a establecer la propiedad privada de la tierra.
A falta de un término más preciso, podríamos decir que la guerra de Arauco comienza como una guerra de resistencia tribal. Su objetivo es defender la zona o región en la que están comprendidas sus tierras atacadas por los conquistadores. Es una guerra de resistencia de varias tribus, que luego se confederan (Vutanmapu), ante el ataque de un invasor que pretende sojuzgarlas y arrebatarles sus tierras. Comienza como una guerra de resistencia, cuya finalidad objetiva consiste no sólo en la defensa inmediata de sus arraigos, sino en hostilizar de tal manera a los conquistadores hasta lograr su alejamiento definitivo de la región y el abandono de sus propósitos de conquista.
El sometimiento de miles de indios, destinados a la explotación agrícola y minera, introduce un nuevo factor. La guerra de resistencia se transforma en una contienda donde participan tanto las tribus que defienden sus tierras como los indios sojuzgados en las explotaciones mineras. Las grandes rebeliones de 1598 y 1655 involucran no sólo a los araucanos, sino a la mayoría de los indígenas del sur, denominados "huiliches". Junto a las tribus que defienden sus tierras se levantan los indios explotados en los lavaderos de oro. La guerra adquiere características cualitativas distintas. Ya no es sólo una guerra de resistencia. Es también una guerra que reviste caracteres de lucha social. Los conquistadores y encomenderos, representantes de una potencia extranjera en lucha invasora contra un pueblo de menos desarrollo histórico, que se une y actúa como un pueblo.
Alentados primero por los triunfos de Lautaro y luego por sus propios triunfos, los indios sureños que trabajaban en los lavadreos de oro, promovían frecuentes insurreciones sociales. En 1561, los indios de la encomienda de Pedro Avendaño, en el valle de Purén, después de haber dado muerte al enconmendero y a varios españoles, se unieron a la rebelión de los araucanos de la zona. En 1571, se insurrecionaron los “huiliches” de la ciudad de Valdivia, a causa de la brutal explotación de que eran objeto en los lavaderos de oro y de la amenaza de ser trasladados para trabajar en las minas del Norte Chico. “A la guerra de Arauco, a la guerra vieja, como se la denominó, se había añadido la guerra nueva, o sea, la sublevación de los huiliches, que continuaba en pie, y la actitud hostil de los picunches en las comarcas vecinas a Chillán... La rebelión de los huiliches proseguía (en 1585). Se la sofocaba en un punto y aparecía en otro, como fuego subterráneo, con ramificaciones en toda la comarca”169. Los levantamientos de 1598 y 1655 constituyeron la expresión más nítida de la transformación de la guerra de resistencia tribial en guerra social. Comprendiendo este cambio, los araucanos trataron concientemente de coordinar su lucha con los indígenas explotados en las labores mineras y agrícolas. En 1599, Pelantaru combinaba la rebelión huiliche de Osorno, Valdivia y Villarica, con el ataque a los fuertes y ciudades de Arauco, Angol, Boroa y Chillán. En la gran rebelión de 1655, los indios de las encomiendas atacaron centenares de haciendas, expropiaron oro y miles de cabezas de ganado, mataron a sus amos encomenderos y se sumaron al ejército liberador araucano, dirigido por el mestizo Alejo.
Desde el punto de vista militar, la gesta araucana es una guerra irregular. Una de las variantes de esta guerra no convencional es la guerra móvil combinada con la guerra de guerrillas rural. La guerra de Arauco fue una guerra móvil, porque grandes masas de indios atacaban y se desplazaban, a enormes distancias, como lo testimonian los españoles que quedaban admirados de la rapidez con que se concentraban y dispersaban los araucanos. Esta guerra móvil estaba combinada con algunas tácticas de la guerra de guerrillas; en la mayoría de los casos, los indios no presentaban combate abierto al grueso del ejército español, sino que atacaban a las pequeñas partidas, hostigaban con enboscadas e incursiones esporádicas, falsos ataques y retiradas veloces. Sin embargo, no es fundamentalmente guerra de guerrillas. Lo básico no son pequeños grupos de indios guerrilleros. La guerrilla está al servicio de la guerra móvil, de grandes masas de indios que atacan y se desplazan, característica esencial de la lucha militar de los araucanos.
La guerra móvil y la guerra de guerrillas ha sido siempre el arma escogida por los pueblos militarmente débiles en el momento de iniciar el combate. El genio militar de los araucanos se manifiesta al adoptar la táctica que mejor convenía ante la superioridad de las armas españolas. Después de los primeros combates abiertos en que fueron diezmados, los araucanos no volvieron a repetir la experiencia trágica de atacar en tropel. En menos de cinco años, comenzaron a aplicar los principios de la guerra móvil y la guerrilla: movilidad, cambio de frente, evitar el cerco, hostigar, confundir, fatigar y aislar al enemigo. En esa época, el terreno chileno era muy apto para este tipo de guerra. No había red caminera ni senderos accesibles a las montañas. La zona sur, de mayor vegetación que en la actualidad, era tan pantanosa y enmarañada, que los ejércitos españoles tenían que abrirse paso a machete. Al decir de Alonso de Ercilla "nunca con tanto estorbo a los humanos quiso impedir el paso la natura".
Después de analizar con detenimiento la ubicación de los combates librados por los araucanos contra Pedro de Valdivia, Francisco Villagra y García Hurtado de Mendoza, llegamos a la conclusión de que durante primera fase de la guerra. los indios combatieron en una franja de 200 km. largo por 120 km. de ancho, entre los ríos Itata al Norte Toltán al sur. Salvo la incursión esporádica de Lautaro hasta el Mataquito, la mayoría de los combates se libró en la zona norte central de las laderas occidental y oriental de la cordillera de Nahuelbuta. Las batallas de Lagunillas, Marigüeñu, Laraquete y Arauco, se registran en la parte norte de esta cordillera. Las de Millaraupe, Quiapo, Lincoya, Tucapel, Purén y Angol, en la zona central de Nahuelbuta, base de operaciones de los araucanos.
Como puede apreciarse, en esta primera fase, la guerra móvil, tenía un campo estrecho de desplazamiento. Al limitarse a una zona determinada, el norte y centro de la cordillera de Nahuelbuta, se corrían todos los riesgos que acarrea un foco guerrillero: poco lugar para el desplazamiento y concentración de las fuerzas enemigas en una región determinada. Dándose cuenta de este peligro, Lautaro pretendió extender la zona de combate hasta el centro. Su ulterior derrota en Peteroa (donde murió) , será el producto de la incomprensión de esta estrategia de parte de los araucanos, que no querían salir del terreno conocido. Como se sabe, en su incursión a la zona central, Lautaro alcanzó a reunir apenas cientos compañeros de lucha. En esa oportunidad, los araucanos sufrieron una de las desviaciones corrientes del guerrillerismo: la tendencia conservadora del localismo que induce a quedarse en una zona conocida y resistirse a pasar de la etapa defensiva a la contraofensiva, fase transitoria entre la defensiva y la ofensiva estrategica.
Sólo años más tarde, los araucanos comprendieron que era necesario extender la zona de combate para facilitar un mayor desplazamiento de su guerra móvil. Las grandes rebeliones de 1598 y 1655 no se limitaron ya a los alrededores de la cordillera de Nahuelbuta, sino que se extendieron desde Chillán hasta Osorno. De este modo, los araucanos tuvieron una zona más amplia para el desplazamiento de sus tropas, provocando una mayor distracción y desgaste de las fuerzas españolas.
Los araucanos sólo presentaban combate cuando el ejército español estaba fraccionado, aplicando el principio guerrillero de atacar cuando se está seguro de triunfar. Miguel de Olaverría, cronista español, decía de los mapuche: “no pelean más que a su ventaja”. Uno de los oficiales españoles más destacados. Alonso de Sotomayor, escribía el 9 de enero de 1585 al rey Felipe II: “Y acaecerá un año andar y no topar sino a una vieja, si ellos andan tan sueltos y nosotros tan embalumados con las cargas, ganados y servicios que no se hace más efecto del que digo. Y cada día nos van hurtando caballos” Los araucanos practicaban con mayor frecuencia la lucha defensiva en los pucarás que los asaltos espectaculares a las ciudades. Aunque las ciudades se despoblaran, como fue el caso de Concepción y Angol, no las tomaba porque con mucho tino sabían que allí serían fácilmente vencidos.
La efectividad de la táctica mapuche se demuestra en el hecho de que la proporción de 100 araucanos por un español al principio, se transformó en el siglo XVII en 2x1. Es decir, si al comienzo a los españoles les bastaban 20 soldados para derrotar a 2.000 indios, en el siglo XVII necesitaron 1.000 soldados para vencer a la misma cantidad de indios.
Se ha dicho y repetido irreflexivamente que los araucanos aprendieron la táctica militar de los españoles. En realidad, la mayoría de las tácticas empleadas contra los conquistadores fueron creadas por los propios araucanos a base de la experiencia que iban adquiriendo en el combate. De nada les hubiera servido enfrentar a los conquistadores con las mismas tácticas empleadas por un ejército, como el español, que era uno de lo mejores de Europa, entrenado en siglos de lucha contra los árabes.
Los araucanos elegían el terreno para el combate, en lomas rodeadas de quebradas y bosques, para impedir ataque de la caballería enemiga y obligarla a pelear en una dirección determinada, a cargar siempre cuesta arriba. El cronista Miguel de Olivares describe la batalla de Marigüeñu, efectuada el 26 de enero de 1554, de la siguiente manera: "coronado el cerro se extendía una meseta, larga algunas cuadras y ancha cuanto alcanza un tiro de fusil, pero entrecortado de bosques y espesura. Por la parte oriental está cerrada de una selva densa que no da paso, por el occidente la ciñe un precipicio que cae hasta el mar"
Una vez iniciado el combate, los araucanos fraccionaban su ejército en destacamentos que lanzaban escalonadamente en oleadas sucesivas para agotar a los españoles y a sus cabalgaduras. Paralelamente, mantenía reservas para contrarrestar sorpresas y definir la batalla en el momento oportuno. Cortaban la retirada al enemigo y lo perseguían tenazmente hasta diezmarlo. Lautaro ubicaba estratégicamente un grupo especial de indios para cortar la retirada. Esta maniobra era ejecutada en pleno combate; los españoles al retirarse se encontraban con obstáculos que no existían antes al avanzar, como le ocurrió a Villagra en la batalla de Marigüeñu. El cronista Luis Tribaldo de Toledo escribía: "saben bien desplegar, desfilar y doblar sus escuadrones cuando conviene; formarse en punta cuando quieren romper y en cuadro para estorbar que los rompan; simular la fuga cuando quieren sacar al enemigo de algún lugar fuerte o embestirle desde emboscadas"
Una de las tácticas más notables fue la utilización de líneas de resistencia o fortificación a retaguardia. Un general chileno afirma que Lautaro "empleó la fortificación del campo de batalla, sin haberla aprendido de los españoles, pues éstos nunca hicieron de la fortificación una aliada para el combate, sino un refugio para descansar. Ideó el procedimiento de fortificaciones a retaguardia de la primera línea de combate, procedimiento que sólo en la penúltima guerra europea ha venido a consagrarse como bueno". En el combate de Concepción, librado el 12 de diciembre de 1555, Lautaro tendió tres líneas de resistencia o fortificación a retaguardia. El general Téllez sostiene que "el arte moderno militar no les puede hacer [a los araucanos] la más mínima observación. Cumplían con las cinco condiciones fundamentales que hoy exige el arte militar: campo despejado al frente, obstáculos en el frente, apoyo por lo menos en una de sus alas, libre comunicación a lo largo de toda la línea y comunicación a retaguardia".
Los pucarás araucanos -distintos a los de los "atacameños" e incas- hacían las veces de trinchera o empalizada para atacar o refugiarse en caso de derrota. Eran construidos en los alrededores de las ciudades para hostilizar a los españoles o también entre una y otra ciudad para cortar las comunicaciones del enemigo, como fue el caso del pucará de Quiapo, entre Concepción y Cañete. Tenían a su espalda una quebrada infranqueable, al frente una palizada fuerte y a los flancos dos quebradas impenetrables a la caballería enemiga, por las cuales podían retirarse ordenadamente. Alrededor del pucará cavaban grandes fosos que llenaban de estacas y recubrían de ramas, transformándolos en peligrosas trampas camufladas.
El general Téllez afirma que este tipo de pozo fue utilizado por Julio César contra la caballería, pero su uso contra la infantería fue un invento netamente araucano.
Los pucarás eran trincheras “sui generis”, colocadas a unos 1000 metros del enemigo. Los araucanos, luego de provocar a los españoles para que los atacaran en sus pucarás, los dejaban avanzar hasta que caían en los fosos, como le ocurrió a Pedro de Villagra y Gutierréz de Altamirano en la batalla de Lincoya, efectuada el 16 de enero de 1563. Góngora Marmolejo describe el hecho del siguiente modo: “sin ver el engaño (Guitierrez) cayó en un hondo hoyo hecho a manera de sepultura, tan hondo como una estatura de un hombre, y tras él cayeron muchos en otros hoyos, de tal suerte que como los indios tiraban muchas flechas y los alcanzaban con las lanzas, no podían ser bien socorridos. Pedro de Villagra cayó en otro hoyo, y antes que sus amigos le pudieran socorrer le dieron una lanzada por la boca.
Los araucanos crearon la infantería montada. Su capacidad para convertirse en pocos años en consumados jinetes, su posibilidad de llevar una carga más ligera que los españoles y la utilización de lanzas de acero expropiadas al enemigo, les permitió crear una original infantería montada. “Comprendieron otra gran verdad táctica que practicaron mucho antes que los ejércitos europeos. Fue ésta la utilidad de la infantería montada, que daba a los ejércitos araucanos una movilidad que dejaba desbaratados y perplejos a los generales contrarios. Todos sus guerreros iban montados. Podían por consiguiente presentar batalla cuando y donde quisieran, y a la primera señal de derrota retirarse con suma rapidez”174. La infantería montada servía precisamente a los fines de la guerra móvil. Permitía desplazar grandes masas de guerrilleros a enormes distancias y facilitaba la rápida concentración y dispersión de fuerzas. En 1598, el cacique Pelantaru llegó a contar en el ataque a Valdivia con 2.000 jinetes que, en pocos meses, se habían desplazado desde Chillán hasta Osorno.
Las necesidades de la guerra móvil y de la guerrilla, condujeron a los araucanos a crear nuevas tácticas, como el mimetismo y el camuflaje. Idearon una especie de silbato, confeccionado con huesos ahuecados, que era de gran utilidad para las maniobras militares de la guerra móvil, porque ayudaba a efectuar concentraciones y dispersiones rápidas de tropas. Góngora Marmolejo, uno de los cronistas más veraces, narraba: “oir a los indios la orden que tenían en acaudillarse y llamarse con un cuerno (por el entendían lo que habían de hacer) y como sus capitanes los animaban”.
Para defenderse de los arcabuces, los araucanos crearon tablones especiales. El cronista precedentemente mencionado, escribía: “traían los indios en este tiempo para defenderse de los arcabuces unos tablones tan anchos como un oaves, y de grosor de cuatro dedos, y los que estas armas traían se ponía en la vanguardia, cerrados con esta pavesada para recibir el primer ímpetu de la arcabucería”. Los araucanos, a diferencia de otros indios americanos, perdieron rápidamente el miedo mítico al caballo, a las armaduras metálicas y a las armas de fuego.
Los araucanos aplicaban el sabotaje y la táctica de tierras devastads, destruyendo sementeras y quemando aquello que podía servir a los españoles. El cronista González de Nájera decía: “No hay langostas, tempestad, ni el mismo fuego que así destruya y abrase las mieses y casa de los enemigos”. Algunas tribus concertaban paz transitoria con los españoles con el fin de producir alimentos para las tribus que estaban en combate. Hacían las sementeras en quebradas y sitios de difícil acceso, donde según el cronista Miguel de Olaverría “no hay humanos que puedan entrar ni ir, en donde se les da con mucha abundancia por la grandísima fertilidad de aquellas tierras”. Otras veces, hacían dobles sementeras: las más pequeñas, al descubierto para que los españoles las talasen y los dejaran tranquilos; las más grandes, en zonas fértiles e inaccesibles.
Los araucanos fueron sumamente hábiles en el contraespionaje. Enviaban a los campamentos españoles, indios que aparentaban someterse; su objetivo era espiar, recoger informaciones acerca de los planes y las fuerzas enemigas. Otros se hacían tomar prisioneros con el fin de proporcionar datos falsos a los conquistadores. "Uno de sus engaños más eficaces era vender como esclavos, algunos de sus parientes, mozos o mozas despejadas, y éstos les informaban de todo lo que venía a su observación. Cuando se llevaba a efecto el levantamiento, estos esclavos eran los primeros en sublevarse y si era posible mataban a sus amos y se posesionaban de sus armas". La capacidad creadora de los araucanos para sacar rápidas conclusiones sobre sus experiencias militares, se pone también de manifiesto en la invención de nuevas armas. Cuando comprobaron que las ondas y flechas eran de escasa efectividad ante las corazas españolas, las reemplazaron por mazas y macanas. En pocos años, aprendieron a fabricar escudos y lanzas con puntas de acero, utilizando las herramientas que sacaban de las minas o recogiendo las armas que los españoles perdían en los combates, confirmando que la mejor manera de proveerse de armas es expropiándoselas al enemigo. Latcham afirma que al tener noticias del triunfo de Tucapel "los indios que se habían sometido y que ya trabajaban en las di-versas faenas mineras y agrícolas se sublevaron, fugándose con las herramientas de hierro y de acero de que se servían en sus tareas diarias, utilizándolas en seguida para hacer puntas de lanza, que ya habían visto era el arma que más les convenía en esta guerra"176. Góngora Marmolejo narraba que Villagra tenía "sus casas y repartimientos de indios, que le andaban sacando oro en un cerro más de quinientos juntos. Estos como tuvieron nueva por sus vecinos de la muerte de Valdivia, luego se alzaron, y de los almocafres con que sacaban el oro hicieron hierros de lanza y toda la provincia hizo lo mismo".
En 1558, los araucanos ya sabían utilizar las armas de fuego. Emplazaron contra las tropas de García Hurtado de Mendoza los aracabuces y cañones que habían capturado a los españoles. Los araucanos estuvieron a punto de tener su propio arsenal a los pocos años de la llegada de los conquistadores. Un mestizo llamado Prieto, fugado del campamento español, hizo traer azufre de los volcanes Llaima y Villarrica y construyó hornos, llegando a juntar importante cantidad de salitre para fabricar pólvora. Este no fue el único caso de mestizos incorporados a las filas araucanas. Jerónimo Hernández, "gran arcabucero", se pasó a los indios en 1586. El mestizo Alonso Díaz llegó a ser toqui con el nombre de PaineÑamcu. Los mestizos Esteban de la Cueva, Lorenzo Baquero y, fundamentalmente, Alejo en el siglo XVII, se destacaron en la lucha junto a los araucanos, colaborando con su capacidad militar obtenida en el ejército español. Tampoco faltaron los casos de españoles que se pasaron a las tropas araucanas. El cura Barba, enamorado de una india y de la causa indígena, se íntegró a las filas mapuches en La Imperial. A principios del siglo XVII, sesenta españoles se incorporaron voluntariamente al ejército araucano. En Nacimiento (1599), el sargento García López Valerio se pasó a los indios, arrestando a 10 soldados españoles y a 9 criollos del Perú.
Algunos mestizos se incorporaron a los araucanos por resentimiento social hacia los españoles, que los mantenían marginados de la sociedad, negándoles inclusive trabajo. Los desertores españoles pueden haber sido fruto del mal pago y de las diferencias sociales entre los conquistadores. Los araucanos fueron muy hábiles para tratar con los mestizos y los soldados españoles descontentos, atrayéndolos a la causa indígena mediante un trato igualitario y la concesión de honores especiales, entre los cuales no deben haber faltado los casamientos de desertores del campo español con las hijas de los toquis y jefes rnapuches.
Otro invento araucano fue el lazo, con el cual sorprendieron la primera vez a los españoles en la batalla de Marigüeñu, desmontándolos de sus cabalgaduras. Una de las creaciones más notables fue el telégrafo de señales.
Palacios afirma que "varios historiadores, especialmente los militares. dijeron como Ercilla que los españoles podían tomar 'dotrina' del ejército indígena, de la táctica de sus generales y de la estrategia desplegada en sus acciones de guerra. Uno de los servicios anexos al ejército araucano, y que nunca supieron implantar los conquistadores, a pesar de comprender la desventaja en que quedaban por esa causa respecto de los indígenas, fue el del telégrafo. El semáforo o telégrafo por medio de señales fue usado por los araucanos tal vez desde antes de la conquista española; pero durante ésta dieron tal impulso y organización a ese servicio que sería increíble si no quedara de ello plena constancia por relatos escritos durante los acontecimientos, y por personas entendidas que presenciaron esos hechos. El semáforo araucano consistía en señales hechas con ramas de árboles disimuladas entre el bosque de los cerros, y sólo visibles para los que sabían su situación. De noche se servían de antorchas. El significado de las señales fue guardado siempre en el más absoluto secreto".
Alonso de Ercilla, uno de los grandes poetas épicos de la literatura universal, condensó en el canto 23 de "La Araucana", la capacidad guerrera de los indígenas chilenos:
Dejen de encarecer los escritores
a los que el arte militar hallaron,
ni más celebren ya a los inventores
que el duro acero y el metal forjaron;
pues los últimos indios moradores
del araucano estado así alcanzaron
el orden de la guerra y disciplina,
que podemos tomar dellos dotrina.
¿Quién les mostró a formar los escuadrones,
representar en orden la batalla,
levantar caballeros y bastiones,
hacer defensas, fosos y muralla,
trincheras, nuevos reparos, invenciones,
y cuanto en uso militar se halla,
que todo es un bastante y claro indicio
del valor desta gente y ejercicio?
El punto culminante de la insurrección araucana se produjo cuando en 1598 y 1655 los toquis lo-graron coordinar la guerra móvil con el levantamiento masivo de los indígenas que trabajaban en las faenas mineras y agrícolas. La guerra de resistencia tribal se combinaba y transformaba, en guerra social. En este primer embrión nacional de guerra civil de clases participaron no sólo los araucanos sino la mayoría de los indígenas chilenos. Junto a los araucanos se alzaron los "picunches" del centro y los "huiliches" de las minas de La Imperial, Villarrica, Valdivia, Osorno, etc.
La victoria de Curalaba en 1598, precipitó la insurrección general que venía preparándose desde hacía varios años. En 1599, los indios hicieron ataques coordinados en innumerables puntos del país. En enero derrotaron a los españoles en los fuerte de Longotoro y San Felipe de Arauco; el 4 de febrero se producía el alzamiento desde Angol al Laja; dos días después se rebelaban los indios de la zona del Bio-Bio; el 8 de abril se lograba aislar La Imperial luego del ataque a Boroa; durante el mismo mes se registraba el sitio de Chillán y el asalto a Concepción y a los lavaderos de oro de Quilacoya; el 24 de noviembre, los araucanos, en combinación con los “huiliches”, se lanzaban al asalto de Valdivia. El cacique Pelantaru abrió varios frentes de lucha; tres columnas de mil indios cada una operaban aparentemente por separado, pero luego se concentraban para el ataque a Santa Cruz, Valdivia y Osorno.
La efectividad de este levantamiento simultáneo está reconocida en el recuento de perdidas hecho por los propios españoles. "Gregorio Serrano, el testigo más abonado en razón de su cargo y de su minuciosa exactitud, calcula en quinientos mil el número de cabezas de animales (puercos, cabros, ovejas y vacunos) arrebatados por los indios, entre el 23 de diciembre de 1598 y el 15 de octubre de l600, en las ciudades del sur”179. El cronista Córdoba y Figueroa dice que los indios "quemaron más de cincuenta iglesias". En el sitio de Valdivia hubo 400 españoles muertos, 300 heridos y 18 millones de pesos de pérdidas para la Iglesia.
Esta insurrección coordinada volvió a repetirse en 1655. En menos de ocho días, se levantaron las tribus y los trabajadores indígenas desde el Maule hasta Osorno. El 14 de febrero, los araucanos tomaban el fuerte de Toltén al mismo tiempo que se rebelaban los indios al norte del Bío-Bío matando a sus amos y expropiando sus ganados. Carvallo y Goyeneche comenta que mientras los indios cortaban la cabeza de un Cristo en el fuerte de Buena Esperanza, "zaherían a los prisioneros, diciéndoles que ya les habían muerto a su Dios y que ellos eran mas valientes que el Dios de los cristianos". Los indígenas no sólo tomaron los fuertes al sur del Bío-Bío (San Pedro, Nacimiento, Arauco, San Rosendo, Talcamávida, Colcura, etc.) sino que también capturaron Chillán y llegaron a invadir la parte central de la ciudad de Concepción. El genio militar de esta insurrección fue el mestizo Alejo (Butumpuante), que se había pasado a las filas araucanas según se dice, a causa de habérsele negado el ascenso a oficial en el ejército español. Perfeccionó los métodos de guerra móvil y de guerrillas. En 1657, dirigió el aniquilamiento de ejércitos españoles de varios centenares de soldados; fue asesinado, a traición, por dos mujeres, cuando estaba a punto de consumar su gran proyecto: la toma de Concepción.
La insurrección de 1655 produjo enormes pérdidas a los españoles. Las bajas del ejército permanente ascendieron a novecientos soldados, o sea, la mitad de los efectivos. Según Carvallo y Goyeneche, en la primera fase de la rebelión de 1655, los indios: "cautivaron más de tres mil trescientos españoles, quitaron cuatrocientas mil cabezas de ganado, vacunos, caballar, cabrío y de lana; y ascendió la pérdida de los vecinos y del Rey a $ 8.000.000 de que se hizo jurídica información".
En síntesis, los araucanos aplicaron empíricamente los fundamentos de la guerra móvil -frentes móviles de operación o guerra de maniobras- como asimismo los principios básicos de la guerrilla: movilidad, ataque por sorpresa y retirarla, cooperación del pueblo y conocimientos, del terreno. Practicaron la defensa activa, defenderse para atacar, retirarse para avanzar; retirada centrípeta, es decir, concentración de fuerzas en la retirada.
Sin embargo, nunca pudieron pasar a la ofensiva estratégica. No superaron la etapa de la defensa activa y de la contraofensiva esporádica. La guerra que mantiene indefinidamente su carácter irregular no triunfa. El éxito final se logra solamente cuando se pasa a la guerra regular, a la guerra de posiciones, etapa culminante donde se producen las definiciones últimas. Los araucanos no lograron alcanzar esta etapa final de la ofensiva estratégica.
A pesar de la insistencia de los historiadores en señalar que los españoles practicaron la "guerra defensiva" durante el período de 1612 a 1626, el análisis meticuloso de la guerra de Arauco demuestra que, aun en el momento de aceptar la utopía reformista del cura Luis de Valdivia, los conquistadores jamás estuvieron a la defensiva. Sufrieron retrocesos y derrotas que los condujeron, en las rebeliones de 1555, 1598 y 1655, a abandonar las ciudades y los fuertes, pero nunca estuvieron a la defensiva estratégica.
En respuesta a las tácticas araucanas, los españoles aplicaron empíricamente los principios de la contraguerrilla: redistribución de la población o "desgobernar a los indios", como decían los conquistadores cuando trasladaban a los araucanos al Norte Chico o al Perú; no precipitarse por controlar las zonas donde opera la guerrilla sino preocuparse ante todo por la seguridad de la retaguardia y la propia base; afirmar el orden social y la autoridad gubernamental; crear fuerzas móviles de choque y fundamentalmente, procurar la destrucción física de los guerrilleros.
Los dos oficiales más destacados del ejército español, Alonso Sotomayor y Alonso de Ribera, fueron los estrategas de la contra guerrilla. El plan de Ribera consistió en crear un ejército permanente y bien pagado para evitar las deserciones, impedir la dispersión de fuerzas en ciudades muy alejadas unas de otras y asegurar la zona entre el Maule y el Bío-Bío, desde donde estableció una línea de defensa para avanzar gradualmente hacia el sur. Paralelamente, planteó una política de tinte reformista para su época al sugerir ciertas concesiones mínimas a los indígenas que trabajaban en las minas, con el fin de restar apoyo de masas a la insurrección araucana. Esta política no fue aplicada porque entraba en contradicción con la insaciable acumulación primitiva de capital de los encomenderos. "Ribera fue -dice Encina- el autor del plan que más tarde permitió a la república chilena someter a los mapuches. Las líneas de ese plan parten de la base de que ya está perdido el territorio ubicado al sur del Bío-Bío. El socorro de Villarrica y Osorno es una simple complacencia con el sentimentalismo de los colonos y con las exigencias políticas. Comprende la necesidad de preparar el ánimo de los pobladores y de la corte para que se resignen al abandono momentáneo de la parte más rica y floreciente de la colonia. La conquista ha sido mal llevada y hay necesidad de recomenzarla ordenadamente. Lo primero, es salvar la zona comprendida entre el Maule y el Bío-Bío".
Su sucesor, García Ramón, sólo aplicó uno de los puntos de este plan de contraguerrilla: el exterminio físico de los araucanos. "Pronuncié autos -manifestaba el gobernador- mandando a todos los ministros de guerra pasasen a cuchillo todo cuanto en ella se tomase sin reservar mujer ni creatura, lo cual se puso en ejecución generalmente y se pasaron a cuchillo cuatrocientas y más almas" 182. Merlo de la Fuente, en 1610, siguió la misma táctica. "Dejé colgado -dice en carta al rey- once caciques y capitanes principales, además de otros seis que he traído cautivos".
Muchas décadas de lucha permitieron a los españoles, aclimatarse e interiorizarse de las costumbres de los indígenas chilenos; hacia 1570 había nacido la primera generación de criollos y mestizos, hombres nativos, expertos conocedores del terreno para la lucha antiguerrillera.
Algunos autores, Encina entre ellos, han aducido causas racistas para explicar el empeño de los españoles en mantener una, guerra tan prolongada y desgastadora. Otros, como Eyzaguirre, enfatizan causas psicológicas y religiosas: "Este esfuerzo titánico que consumió vidas y hacienda se justificaba a los ojos de sus protagonistas por satisfacer el ansia de gloria y el instinto caballeresco de los españoles. Además el fervor proselitista de los eclesiásticos, deseosos de introducir el cristianismo entre los aborígenes, habría resistido la idea de abandonar el territorio a pretexto de los enormes gastos que irrogaban a España. El ideal guerrero y el ideal misionero, aunque a menudo discrepantes en las actitudes frente al indígena, se enlazaron así en la común resolución de permanecer en el país" (sic).
A nuestro juicio, existieron razones más profundas para sostener la guerra de Arauco. En la zona sur, abundaba la mano de obra y se encontraban los principales lavaderos de oro, minas y tierras fértiles. A fines del siglo XVI, el 90%, de los indios residía al sur del Bío-Bío-, la mayoría absoluta no estaba constituida por araucanos sino por huiliches. Se calcula que a la llegada de los conquistadores había en Chile de medio a un millón de indios, de los cuales 300.000 eran de origen araucano. Las epidemias de tifus en 1554-57 y de viruelas en 1590-91, redujeron esta última cifra a 200.000 mapuches aproximadamente. Los dos tercios del total de indígenas estaban formados por picunches y huiliches.
A principios del sigIo XVII, en el Norte chico que daban menos de 500 sitios. Miguel de Olaverría calcula que en los términos de Santiago había cuatro mil naturales al finalizar el siglo XVI, contra sesenta mil que existían cuando llegaron los españoles"
Los encomenderos necesitaban mano de obra para explotar las ricas minas del Norte chico y las actividades agropecuarias de la zona central. Había una sola región de donde sacarla: el sur. El método más expeditivo para obtenerla: la violencia. La guerra de Arauco -inspirida en la llamada "ansia de gloria” y el "instinto caballeresco"- sirvió para cazar indios que luego se vendían a los explotadores del Norte chico y de Santiago. Los encomenderos solicitaron al Rey que permitiera la esclavitud en Chile. Felipe III aprobó este pedido en la Real Cédula de mayo de 1.608: "por la presente declaro que todos los indios, siendo los hombres mayores de diez años y medio, y las mujeres de nueve y medio, que fuesen tomados y cautivados en la guerra (de Arauco), sean habidos y tenidos por esclavos suyos, y como tales se pueden servir de ellos, y venderlos, darlos y disponer de ellos a su voluntad, con que los menores de las dichas edades abajo no puedan ser esclavos, empero que puedan ser sacados de las provincias rebeldes".
El gobernador Luis Merlo de la Fuente puso en práctica esta cédula en 1610. Los indios mayores de 12 años cazados en la guerra de Arauco podían incluso ser vendidos al Perú, siempre y cuando no fueran salvados por el sedicente "ideal misionero".
El ejército español- al servicio de la burguesía productora en formación -e inspirado por el tan manido “ideal guerrero” se lanzó ferozmente a la caza de indios en la guerra de Arauco. Según las críticas del gobernador Jaraquemada, los jefes militares mandaban a sus haciendas particulares a los indios, custodiados por ocho o diez soldados que cobraban como si estuvieran en campaña. El 18 de octubre de 1650, el capitán Diego de Vibanco escribía al Rey: "I desde luego conviene mucho quitar los abusos que tiene establecidos aquella guerra [la de Arauco] en la esclavitud de los indios, en que mayormente ha consistido su duración por el grande interés que se las ha seguido y sigue a las cabezas que gobiernan, que son las del gobernador, maestre de campo general y sarjento mayor; porque de las corredurías y malocas que se hacen al enemigo, es mucha la codicia de las piezas que se cojen en ellas".
La mayor cacería humana en Chile fue montada por los hermanos Salazar en 1650. Su respuesta: la gran rebelión indígena de 1655, una de las insurrecciones populares más importantes de Chile.
Son obvias las limitaciones del análisis social de Vitale. No ver que el pueblo mapuche detentaba un nivel de organización "política" que iba mas allá de lo "tribal", podría justificarse por lo escaso de estudios "serios" en el análisis etnografico de la época. Hoy el "descubrimiento" de la construcción de Kueles por nuestro pueblo hermano, desarrollada por el antropologo norteamericamo Tom Dillehay, los pone, como corresponde, en el plano de la mayoría de los pueblo europeos de la epoca.
ResponderEliminarSaludos jzieballe ,estoy de acuerdo en la slimtaciones del analisi del profesor Luis Vitale ,me parece que esto no lleva a concluir relaciones con las culturas o pueblos europeos sino con las culturas americanas y masa precisamente las andinas ,los inkas sobre todo . Recuerda que se estableció que los mismos llegaron hasta las cercanias del Río Bio bio.
Eliminarestoy terminando de leer el último libro de Tom Dillehay.
saludos cordiales
<Alejandro Godoy Gómez
www.casonasannicolas.cl
bueno
ResponderEliminarbueno
ResponderEliminar