Este mito, también fabricado en función de los intereses expansionistas de Europa, constituyó otra forma de ideología -entendida ésta como deformación de la realidad al servicio de los intereses de la clase dominante- destinada a establecer la superioridad de la "raza" blanca sobre la indígena y negra, ideología sistematizada en el siglo XIX por los teóricos franceses con su categoría de "l'etnie". Es por demás elocuente que en América se "festeje" dicho día el 12 de octubre, sin advertir el cuestionamiento del concepto de "raza" hecho por la la moderna Antropología.
La verdad histórica -que siempre derriba mitos- muestra sin equívocos que al ancestro aborigen se le agregaron dos vertientes: la blanca europea y la negra africana, que luego dieron paso a diversas variantes de mestizaje. Pues bien ¿qué base científica existe para conmemorar el "Día de la Raza"?. Ninguna, sólo magnificar a los colonialistas, por supuesto blancos, con el fin de perpetuar la concepción racista, inspirada en el etno-centrismo.
Esta misma ideología está detrás del mito de la "Madre Patria". Nadie puede negar la importancia de España y Portugal en la colonialización de América Latina. Mas si se trata de precisar una madre simbólica, ella reside en el ancestro milenario de nuestras culturas originarias: la Pachamama, la madre tierra. Para los mapuches y otros pueblos originarios no puede ser "madre patria" la que exterminó gran parte de la población autóctona, aplastando su creativo proceso cultural. Ni siquiera lo fue para la mayoría de los criollos y mestizos, quienes tuvieron que enfrentar con las armas en la mano a esa supuesta madre en las guerras de la Independencia. La inferioridad de los "no europeos" fue otro de los mitos
levantados por el etnocentrismo. A las mistificaciones de los colonizadores, le siguieron los raciocinios de los filósofos.
Hume opinaba que los habitantes de los trópicos eran razas inferiores; mientras Kant afirmaba: los pueblos americanos estaban incapacitados para alcanzar la civilización porque, a causa de su pereza, carecían de pasiones, estímulos y afectos. A mediados del siglo XIX, Hegel sostenía: "sólo en América existen salvajes tan torpes e idiotas como los fueguinos y los esquimales", tratando así de fundamentar su teoría de los "pueblos sin historia".
¿Los mapuches convertidos al catolicismo?
Durante la Colonia y el siglo XIX, la jerarquía de la
Iglesia Católica se ufanaba por haber logrado su misión de evangelizar a estos "indios sin alma". Tiene la palabra un mapuche del siglo XVII, a través de una carta enviada al rey Felipe IV por el mismísimo procurador de la Compañía de Jesús, Lorenzo Arizábalo:
"es tan grande el odio que los indios tienen con los españoles, que habiendo de ajusticiar a un indio, y para convertirle, diciéndole los bienes que hay en el cielo, y de que él ganaría si se convirtiese, respondió: ¿hay españoles en ese cielo que has pintado?. Y respondiéndole que sí, dijo él: pues si hay españoles en ese cielo, no quiero ir a él" (carta reproducida por Miguel de Olivares: Historia Militar, Civil y Sagrada del Reino de Chile, Santiago, 1864, p. 14). También es reveladora la carta del 8 de noviembre de 1672 enviada al rey de España por Juan Henríquez de la Capitanía General de Chile: "los indios no son, ni han sido cristianos. Antes sí son i han sido siempre tan contrarios a nuestra fe, que no hai cosa que tanto aborrezcan como el nombre de cristianos" (citada por Alejandro Fuenzalida G.: Historia del desarrollo intelectual de Chile (1541-1810), Santiago, 1903, p. 325)
El cronista Vicente Carvallo y Goyeneche comentaba en su libro Descripción histórico-geográfica del reino de Chile que mientras los mapuches cortaban la cabeza de un Cristo en el fuerte de Buena Esperanza "zaherían a los prisioneros (españoles), diciéndoles que ya les habían muerto a su Dios, y que ellos eran más valientes que el Dios de los cristianos".
No obstante, el historiador Jaime Eyzaguirre insistió en la página 103 de su Historia de Chile que la Iglesia trató de manera igualitaria a los mapuches: "los miró en esencia como iguales".
Quién no sabe que la conquista de América se hizo bajo el signo de la cruz y la espada, con el objetivo manifiesto de encontrar montañas de oro. Desde las primeras cartas de Colón se trasluce el ansia de dinero, esa "celestina universal", de la que hablaba Shakespeare.
En 1503, Colón escribía desde Jamaica a la reina Isabel: "cosa maravillosa es el oro. Quien tiene oro es dueño y señor de cuanto apetece. Con oro hasta se hacen entrar las almas al paraíso". En verso, Lope de Vega lo dijo todo:
"so color de religión
van a buscar plata y oro
del encubierto tesoro"
La sed de oro de los conquistadores y, en particular la de Pedro de Valdivia -que le costó la vida- fue descrita por uno de los más brillantes cronistas españoles, Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán en Cautiverio Feliz: "y así determinaron matarlo luego con un género de tormento penosísimo que le dieron, llenándole la boca de oro molido y con un garrote ahusado que llevaban, se lo iban entrando por el gaznate adentro y le iban diciendo que pues era tan amigo del oro, que se hartase y llenase el vientre de lo que tanto apetecía".
Otra barrabasada: mapuches "flojos y borrachos"
Todavía se oye decir por una parte apreciable de nuestra población que los mapuches son "flojos". Como otra de las tantas mistificaciones, reflejo del hondo significado discriminatorio, cabe preguntarse desde cuándo se gestó tamaño des-calificativo. Está demostrado por la mayoría de los historiadores que los mapuches -así como los aymaras y pueblos originarios de la zona central- trabajaron (forzadamente) en los primeros lavaderos de oro explotados por los españoles. Sin ese trabajo, difícilmente los conquistadores habrían acopiado tan rápidamente las pepitas del preciado metal.
Nuestros pueblos originarios no sólo fueron obligados a trabajar en los lavaderos de oro de Marga-Marga sino también fueron impelidos, mediante torturas, a decir dónde estaban ubicados los principales centros de riqueza aurífera. Entusiasmado con estos hallazgos, un cronista reflexionaba acerca de "si había de haber tantos costales y alforjas en el reino que
pudiesen echar en ellos tanto oro". Y ¿quién, pues, hacía el trabajo de recoger y echar en las alforjas tanto oro?. No precisamente los españoles.
Entonces, Pedro de Valdivia partió al sur, donde encontró otro "El Dorado" en las aguas del Bío-Bío. Si sólo llevaba dos mineros de profesión -Diego Delgado y Pedro de Herrera- no cabe la menor duda de que los mapuches fueron los que hicieron el trabajo de recolección del oro que nadaba en Talcamávida y Quilacoya.
Comentaba Alonso de Góngora y Marmolejo en su Historia de Chile que en esa zona "había 800 indios sacando oro, y para seguridad de los españoles que en las minas andaban mandó hacer (Valdivia) un fuerte donde pudieran estar seguros. Estando en esta prosperidad grande le trajeron una batea llena de oro. Este oro le sacaron sus indios en breves días. Valdivia habiéndolo visto no dijo más, según me dijeron los que se hallaron presentes de estas palabras: desde agora comienzo a ser señor". Otro cronista, Mariño de Lovera, en su Crónica del Reino de Chile -publicada en 1865 por la colección de Historiadores de Chile, tomo 6, p. 144- contaba en 1553 que cerca de Concepción "pasaban de veinte mil los (indios) que venían a trabajar por sus tandas acudiendo de cada repartimiento una cuadrilla a sacar oro para su encomendero. Fue tanta la prosperidad de que se gozó en ese tiempo, que sacaban cada día pasadas de doscientas libras de oro, lo cual testifica el autor como testigo de vista".
Por algo Villa Rica, fundada en 1552, tiene ese nombre. Refiriéndose a ella, Diego de Rosales decía en su Flandes Indiano que "los indios eran muchos y de buenos naturales, las
minas riquísimas, pues se hallaban granos de doscientos pesos, y de las otras ciudades venían los indios a ésta a sacar oro para dar tributo a sus encomenderos". Y sigue y suma con el oro del río Las Cruces, en Madre de Dios, con el de Carelmapu en el Canal de Chacao y con el de Osorno, que llegó a tener una Casa de Moneda antes que Santiago a fines del siglo XVI. La acumulación de capital, generada por el trabajo humano, en este caso los mapuches, prosiguió durante los siglos XIX y XX al verse obligados vender su fuerza de trabajo en las haciendas que los expropiadores levantaron en sus tierras, en las de la zona central e, inclusive, en las fábricas emergentes del proceso de industrialización de la década de 1930 hasta el presente, donde entregaron una cuota de plusvalía absoluta aún no evaluada.
La respuesta a la pregunta acerca de quienes trabajaron para acumular tanta riqueza es obvia. Entonces, uno se hace otra pregunta: ¿por qué nunca se sacó la cuenta de la riqueza entregada por los mapuches con su trabajo?. Porque hubiera quedado de manifiesto que el calificativo de "flojos" no le calzaba a los mapuches. En cuanto a la otra barrabasada, que livianamente los señala como "borrachos", convendría recordar que los colonialistas introdujeron el alcohol, tratando de marear con aguardiente a los mapuches para que bajaran la guardia en los combates de casi tres siglos. En todo caso, antes de lanzar ese calificativo habría que mirarse no en el ojo ajeno sino en el propio, de un tono que dista mucho de ser inmaculadamente blanco.
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